La tinaja



Diógenes Laercio, en su obra Vidas de los filósofos más ilustres, dedico a su tocayo Diógenes de Sinope una extensa narración repleta de anécdotas. Entre ellas, cuenta como arrojó lejos de sí el cuenco con el que bebía al observar como un niño tomaba agua de una fuente con la concavidad natural de sus manos. Su gesto venía motivado por la vergüenza de emplear lo superfluo, lo artificioso, en definitiva, lo que supone comodidad pero también dependencia. Hubo más: Mostró su carácter de investigador irreductible al pasear a la luz del día sosteniendo un farol encendido. Pero quizá la más interesante sea el planteamiento de un curioso problema de soluciones múltiples: ¿Qué se puede hacer con una simple tinaja?. Todo el mundo limita su uso a contener los líquidos más preciados. Diógenes aventuró otras utilidades hasta hacer de ella el mejor instrumento de expresión de su filosofía. Cuando la ciudad estaba sitiada, viendo el innecesario ajetreo de sus conciudadanos decidió simpáticamente desplazar su tinaja arriba y abajo con la más absoluta seriedad. Y también usó la tinaja como vivienda, demostrando las ventajas de construirse una vivienda que pueda ir adónde uno vaya. Con ella descansaba en los pórticos y plazas públicas. Incluso se le ha llegado a considerar el inventor de la idea del cosmopolitismo porque afirmaba que era un ciudadano del mundo y no de una ciudad en particular.